8.30.2011

Era el verano del 87...

Las dos de la tarde de un domingo cualquiera, un calor asfixiante invadía el modesto comedor. De repente, ví salir a mi padre con el mortero, el aceite, los ajos y la sal.

Peló los ajos y los troceó, les puso un poco de sal y me ofreció el mortero para que los majara. Me encantaba ayudarle a preparar el alioli, era todo un ritual, y en esas circunstancias, si lo preparaba quería decir que íbamos a comer ajo blanco. Ummm!!! Me encantaba sucar pan en la salsita que se formaba con el agua de los tomates y el alioli !!!


Cuando los ajos estaban bien machacados, él retomaba el mortero y empezaba un proceso májico en el que la mezcla empezaba a ser cada vez mayor. Yo me encargaba de agregar un hilo de aceite cuando era necesario, y justo antes de finalizar, le echaba unas gotas de limón para endurecerlo.

Mientras tanto, mi madre cortaba unos tomates maduritos y los colocaba en una fuente. Poquito antes de servirlos en la mesa, mi padre añadía el alioli y un puñado de cubitos, lo removía bien con una cuchara y lo servía. ¡Qué bueno estaba aquel ajo blanco!

Ayer lo preparé y recordé a aquel verano y muchos otros.


















El alioli era del rápido (con la batidora), pero os prometo un paso a paso del alioli de mortero.

Bon profit!

Recomendaciones: mi yaya Juana le añadía también una picadita de almendra, que le daba un toque diferente.

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